Una publicación editada por la Junta realiza un recorrido por la arquitectura agraria andaluza. (14/02/2011)
El libro, que cuenta con firmas destacadas como José Antonio Muñoz Rojas o Caballero Bonald, culmina un riguroso trabajo de campo en el que se han inventariado más de 2.000 edificios.
La Consejería de Obras Públicas y Vivienda ha reunido en la publicación 'Cortijos, haciendas y lagares en Andalucía' una muestra esencial de la arquitectura agraria andaluza a través de 182 imágenes. Este nuevo volumen constituye un valioso inventario actualizado que culmina un riguroso trabajo de investigación y campo prolongado durante más de una década para documentar estas edificaciones localizadas en todo el territorio andaluz.
La arquitectura agraria andaluza se presenta en el volumen a través de imágenes de fotógrafos de reconocido prestigio. Este material gráfico se apoya en textos de síntesis obtenidos a partir del análisis realizado con la documentación recabada. Junto a este inventario, el libro incluye tres artículos introductorios que abordan este patrimonio desde diferentes miradas. La literaria corre a cargo de José Manuel Caballero Bonald y José Antonio Muñoz Rojas; la perspectiva histórica y económica ha sido elaborada por Antonio Miguel Bernal, y la arquitectónica, por el arquitecto y pintor José Ramón Sierra.
La publicación, con más de 300 páginas, es una nueva entrega de la serie dedicada a difundir los datos del estudio inventario, serie en la que se incluyen los volúmenes ya editados con los datos provinciales de Málaga, Cádiz, Granada, Almería, Córdoba y Sevilla, a los que seguirán en breve los de Huelva y Jaén.
Para confeccionar este inventario se han usado como herramientas y metodología básicas la cartografía a escala 1:10.000 que elabora la propia Consejería -a través del Instituto de Cartografía de Andalucía-, las entrevistas orales y las visitas técnicas. En el desarrollo del trabajo de campo se han visitado 20.000 edificios, de los que se han inventariado de forma pormenorizada 2.282.
En la actualidad, algunos de ellos continúan teniendo usos agrícolas y ganaderos, mientras que otros han perdido su función original y sobreviven con esfuerzo, dedicándose a muy diversas actividades, desde salones de bodas, bautizos y primeras comuniones o turismo rural, hasta centros de rehabilitación, museos del vino y del aceite, segunda residencia, etc. En algunos casos, estas edificaciones no han conseguido superar el abandono de sus funciones originales y se hallan, a menudo, en mal estado de conservación o incluso en ruinas.
En Andalucía, se distinguen diversos tipos de edificaciones agrarias según los cultivos que predominan en las explotaciones: 'cortijo' para las unidades vinculadas básicamente a explotaciones cerealistas y ganaderas, 'molino', 'casería' y 'hacienda' para las del olivar, y 'lagar', 'casa de viña' e incluso 'hacienda' para las del viñedo, entre otras designaciones menos habituales.
Entre los ejemplos destacables que se recogen en el volumen, se encuentran explotaciones como la Hacienda Ibarburu de Dos Hermanas en Sevilla, el Cortijo de San Juan de Antequera en Málaga, el Lagar de la Inglesa de Montilla en Córdoba, la Hacienda Romeral de Níjar en Almería o el Sotillo Nuevo de San José del Valle en Cádiz.
Las haciendas de aprovechamientos diversificados, los molinos y caserías de olivar, los grandes cortijos de cereal, los caseríos ganaderos y de dehesa, los lagares y casas de viña integran un catálogo de obras de inusual abundancia e interés. En la introducción del libro se recoge que los edificios agropecuarios de Andalucía son elementos fundamentales de su organización territorial, pero también hitos del paisaje cuya distribución y fisonomía reflejan fielmente los cultivos y aprovechamientos, sistemas de producción, esquemas de propiedad y otras facetas interesantes del medio rural andaluz. Los interesados en la publicación pueden consultarla en la página web de la Consejería de Obras Públicas y Vivienda.
Más allá de la cosecha. (05/03/2010)
La Consejería de Vivienda recopila en un libro los ejemplos de cortijos, haciendas y lagares más relevantes de la provincia de Sevilla
Fueron, durante siglos, lugares en los que miles de personas, a lo largo de generaciones, trabajaron la tierra. Hoy, algunos están en desuso, otros han perdido su finalidad agrícola y los hay que siguen manteniendo su tradición agraria o ganadera. Son los cortijos, haciendas y lagares de Andalucía, cuyo interés arquitectónico se ha ido valorando cada vez más en las últimas décadas. La Junta comenzó hace más de diez años la tarea minuciosa de recopilar los ejemplos más importantes de este tipo de arquitectura y de divulgar su existencia y su valor, a través de una serie de publicaciones -y también de exposiciones- que reúnen una amplia muestra de cada una de las provincias. Sevilla centra el último libro publicado de esta serie, que ya se ha ocupado de Almería, Cádiz, Córdoba, Málaga y Granada.
'Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Sevilla' es el título de este volumen, cuyos dos tomos, con más de mil páginas y cientos de imágenes, han requerido un arduo trabajo de campo durante más de tres años.
Ha sido necesario, por un lado, documentar, a través de visitas, de instrumentos cartográficos e incluso de entrevistas orales, más de 2.000 explotaciones de la provincia. Posteriormente, 351 de estas edificaciones se han seleccionado para aparecer de forma más destacada en la publicación y, de ellas, 149 han merecido especial atención por su sobresaliente interés arquitectónico.
Las haciendas sevillanas, los grandes cortijos, los caseríos ganaderos y de dehesa, los lagares o las edificaciones arroceras integran un catálogo de obras de inusual abundancia e interés, con cifras muy elevadas de piezas notables tanto por sus dimensiones como por sus recursos constructivos. Para su estudio y difusión, la provincia se ha dividido en tres sectores coherentes desde el punto de vista geográfico, histórico y cultural: la Sierra Norte y la Vega, los Alcores, el Aljarafe y las Marismas, y la Campiña y la Sierra Sur.
Hay testimonios de la existencia de explotaciones agrícolas en Sevilla desde el Tercer Milenio antes de Cristo, aunque las raíces del sistema latifundista que ha imperado durante siglos en la provincia se remontan a la época de la Reconquista. Tras la toma de Sevilla en 1248, la tierra se reparte entre los grandes señores y los nuevos conquistadores y surgen así explotaciones como la alquería de Benazuza en Sanlúcar la Mayor o la hacienda Torrequemada de Gelves.
Ambas están dedicadas, hoy día, a la hostelería. De origen medieval son también otras obras de gran interés, como la hacienda La Soledad de Alcalá de Guadaíra o el cortijo Torre de la Reina en Guillena.
Sin embargo, es en la Edad Moderna cuando la agricultura sevillana comienza a adoptar sus rasgos actuales: explotaciones extensas y dedicación mayoritaria a los cultivos del trigo, el olivo y la vid, junto con la ganadería. En esta época aparecen buena parte de los edificios recogidos en el libro, como los cortijos Alcalá Gobantes de Osuna o el Marqués de Cazalla, la hacienda Ibarburu en Dos Hermanas o la Caridad de Constantina.
Modernización
Los cortijos, haciendas y lagares sevillanos vieron después pasar la desamortización, que no cambió sin embargo la estructura de la gran propiedad, y la modernización del trabajo de la tierra durante los siglos XIX y XX, con el uso de nuevos utillajes, la introducción de la mecanización o la expansión del regadío.
Diversos autores, como Fernando Olmedo, Magdalena Torres, Francisco Herrera, Fernando Quiles, Álvaro Recio Mir, Jaime Serveto, Javier Tejido, José Carlos Sánchez Romero o Guillermo Pavón, analizan en este volumen las características de las explotaciones agrarias sevillanas. Sus textos están ilustrados por las imágenes de fotógrafos como Vicente del Amo, José Morón, Javier Andrada o Atín Aya. Entre ellas, resaltan las tomas aéreas captadas por Javier Hernández Gallardo desde su parapente.
En la actualidad aún se cuentan en la provincia de Sevilla más de 2.000 haciendas, cortijos y lagares de cierto interés -antaño llegaron a sumar varios millares sólo en la Sierra Norte- y su conocimiento, gracias a este estudio de la Consejería de Vivienda, puede contribuir a su conservación y puesta en valor. Algunos, como la hacienda Torrequemada, son tan sobresalientes que han sido declarados Bienes de Interés Cultural. Otros, por el contrario, han ido desapareciendo con el paso de tiempo, como se ha ido diluyendo el estilo de vida rural con el que están tan íntimamente relacionados.
El estilo de las haciendas sevillanas. (05/03/2010)
Desde el punto de vista arquitectónico, las haciendas son el tipo de edificación más característico de Sevilla. Dedicadas fundamentalmente al olivo y vinculadas con el puerto de Indias durante la Edad Moderna, se extendieron en especial por los Alcores y el Aljarafe. Mientras que los cortijos estaban ligados en su mayoría a latifundios que sus propietarios cedían en arrendamiento, las haciendas eran el centro de explotaciones de un tamaño variable, que sus dueños solían explotar de manera directa. Incluían, además, a diferencia de los cortijos, instalaciones de transformación de frutos, como molinos de aceite o lagares para la fabricación de vino.
Junto a los establos, almacenes, corrales, almazaras y dependencias para los trabajadores y jornaleros, en la Edad Moderna las haciendas pasaron a tener 'señoríos', residencias para la estancia de los dueños, dotadas a menudo también de capillas y oratorios.
El estilo de las haciendas que podrían denominarse 'clásicas' se corresponde en su mayor parte con el barroco sevillano y, si bien escasean los testimonios acerca de quiénes las construyeron, se puede deducir que probablemente los señores de la tierra escogieron a los mejores arquitectos, incluso a los mismos que hubieran proyectado sus casas y palacios de la ciudad.
La hacienda barroca se caracteriza por contar con una portada, en la que solía destacar el escudo de armas de la familia propietaria, un gran patio, un señorío situado habitualmente en la zona central o al fondo, y las instalaciones de producción, que varían en función de los cultivos a los que estuviera dedicada, repartidas a lo largo del complejo.
En fechas más tardías, el estilo regionalista de los siglos XIX y XX se reflejaría también en las haciendas, tanto en obras de nueva planta como en las numerosas reformas que se llevaron a cabo en muchos de los viejos caseríos.